El optimista racional y la burocracia infinita
Estoy releyendo estos días el libro de Matt Ridley, “El optimista racional” que os recomiendo a todos y que creo que debería ser de lectura obligada en cualquier centro de formación a partir de 15 o 16 años. Lo leí hace tiempo en inglés y hoy estaba aprovechando para leerlo en castellano y darme cuenta de que había olvidado mucho de su contenido, Redescubrirlo es placer, y estoy disfrutando como un marrano en un charco.
No es un libro que vaya a gustar a todo el mundo. Chocará frontalmente con algunas convenciones sociales e ideas de fuerte arraigo, que son claramente falsas o incompletas, pero muy queridas y, sobre todo, repetidas hasta la saciedad en una la sociedad dominada por medios de comunicación con muy escasa profundidad intelectual.
El libro hace un alegato a favor del libre comercio e intercambio entre personas y países. Defiende que esta es la base de la prosperidad de todas las sociedades humanas desde los tiempos de Abel (O de Caín según las inclinaciones políticas de cada uno) y de cómo es, precisamente, lo que nos ha ido sacando de las cavernas y nos ha permitido construir la prosperidad actual que disfrutamos en los países desarrollados.
Seguro, muchas de la afirmación de Ridley son opinables o matizables, pero es difícil sustraerse a los argumentos que presenta en diferentes situaciones. Para quienes somos optimistas patológicos, el libro es un soplo de aire fresco, en un mundo dominado por los pesimistas agoreros de siempre, y de los que ya hemos hablado en el pasado (Con el mayor de los desprecios) pero desde luego os recomiendo su lectura.
Viene todo esto a cuento de que Ridley dice que son los gobiernos depredadores, los sacerdotes y la burocracia, los que consiguen eliminar las virtudes y beneficios del comercio libre mediante impuestos, trabas y burocracias absurdas. En un momento en que la comunidad europea insta a sus estados miembros a establecer sandeces como la doble validación para acceder a tus cuentas bancarias, merece la pena comentar un poco el asunto, a sabiendas de que pierdo el tiempo.
Yo suelo entrar un par de veces al día a revisar mi situación de banco obligado por la tienda Prometec y ahora, por mi propia seguridad, dicen, tengo que dar primero una clave o huella dactilar, después el banco me responde con un SMS que yo copio y pego para poder acceder a mis cuentas
El sumun del delirio es cuando al hacer una compra por internet, me dicen tras pagar con mi tarjeta de crédito, que tengo que ir a la app del banco a validar el pago. Cuando abro la app y doy conformidad, el banco me envía, cumpliendo con la normativa vigente, un SMS que debo pasar a la misma app del banco para validar el pago, o sea triple comprobación
Es como cuando al entrar a una pagina web que te pide aceptar las cookies, ya que la normativa vigente no permite entrar sin que las aceptes (Si no quieres aceptarlas, te puedes ir a freír puñetas por donde has venido, claro) y lo mejor de todo es que esta pregunta salta cada vez que entras a la jodida página.
Yo tengo listas de marcadores en mi navegador, de prensa, de tecnología, etc. y cada vez que abro una serie de 10 o 15 páginas, me aburro de decir cada día que sí, que acepto lo que quieran y que me dejen en paz de una pastelera vez. Así que muchas gracias Europa, para hacer lo mismo que hacía antes me obligáis a pasar por no sé cuántos filtros que me cuestan varios minutos al día. ¡Cada día, una y otra vez!
Si como dice Ridley en el libro, el auténtico valor y precio de las cosas son las horas que me lleva hacer algo, entonces la legislación europea me ocupa cada día mas tiempo y por tanto me cuesta más, a consecuencia de una burocracia estúpida que mejora muy marginalmente ninguna seguridad, pero que va sumando minutos un día detrás de otro que multiplicados por 550 millones de europeos supone unas cantidades ingentes de tiempo y desesperación que serian mucho mejor empleados en producir algo útil que nos enriqueciera a todos como sociedad.
Pero la perla del despropósito se la lleva, de calle, una compañía eléctrica a la que recientemente me he cambiado. Llamé al teléfono de atención al cliente para solicitar cambiar mi proveedor de electricidad, un robot me mantuvo ocupado unos cuantos minutos, mientras iba respondiendo un cuestionario absurdo, hasta que finalmente me pasaron con una operadora, muy amable, que por supuesto, me volvió a preguntar lo mismo que ya había respondido al robot pero que ella no veía y otro buen rato respondiendo sandeces.
Una vez comprendido todo, me pasaron de nuevo a un robot que me informó de mis derechos durante un rato que no medí, pero que hizo que mi paciencia, ya escasa de por sí, sufriera una dura prueba. Mientras, me informaban de que iban a grabar la conversación, pero yo podía oponerme en tal dirección o que en esta otra dirección web podía hacer lo que estaba haciendo aquí, o que Europa insista en no se que imbecilidades… y el tiempo seguía corriendo hasta que finalmente tuve que decir obedientemente que si a todo, y ya muy satisfechas me devolvieron a la amble señorita, que me informó de que iban a proceder al cambio pero que para eso… nueva parrafada legal, tenían que mandarme un SMS a mi móvil y que al recibirlo me volvería a llamar para cerrar el tema.
EL SMS tardó como 12 horas en llegar y efectivamente me llamó, muy atenta, la operadora para hacer el cambio. Tras una nueva tanda de preguntas y leerme mis supuestos derechos, me confirmó la potencia contratada… y yo, como un pardillo, comenté que quería bajar la potencia contratado. Muy amablemente me replicó que no podía cambiar la potencia al contratarla. Tenia que hacerlo una vez que me mandasen las claves de acceso por Internet en la web de la compañía. A quien se le ocurre pedir la potencia que quieres cuando la contratas, claro. Es ridículo.
Si cambiar de compañía de luz requiere 20 minutos de mi tiempo hay algo que falla en todo esto. (Seguro que habréis sufrido la mucho más frecuente operación de cambio de compañía de telefonía). Por un lado, nos hacen perder una cantidad miserable de tiempo en informarme de unos supuestos derechos legales que no entienden ni ellos y por otro abusan de nuestra paciencia con rutinas absurdas entre robots y operadoras para tareas simples.
No creo que nada de todo esto mejore la calidad del servicio ni la información que recibe el usuario, ya que le aburren a conciencia y acaba desconectando. Tampoco creo que mejore sensiblemente la seguridad de las transacciones bancarias y la pregunta es entonces… ¿Por qué todas estas sandeces?
La respuesta, me temo, no parece sencilla, Quizás que tenemos demasiados vagos sin nada que hacer empleados en la administración local, autonómica, estatal, o europea, dictando leyes para no aburrirse que desde luego nos hacen perder un tiempo precioso que podríamos dedicar a hacer trabajo útil que aumentara la riqueza general, pero no.
Los impuestos no son solo en dinero. También y sobre todo cada vez más, en tiempo que me quitan, cumpliendo protocolos imbéciles, regulaciones absurdas y obligándonos a soportar rollos estúpidos cuando vamos a hacer operaciones sencillas más o menos cotidianas.
Algo no va bien en Europa, y si Ridley tiene razón, nos lleva directamente al empobrecimiento, ya que al final todas estas regulaciones frenan el comercio y el libre intercambio de bienes y servicios entre particulares y empresas en favor de una administración que, encima, cree que el mundo se desmoronaría sin ella.